viernes, 16 de febrero de 2018

EMILE




Y parecía un beso de amor. Es una imagen atractiva, ornamental en muchos salones, de fácil empatía. Pero, no de amor. La historia de Emile y Gustav fue una historia propia de amores imposibles. ¿Hasta qué punto podemos creer que dos almas gemelas no decidan compartir sus vidas por temor a que acaben con ese ideal de belleza que les atrae? Gustav era un bohemio con todos los tópicos: artista, mujeriego, atormentado...y Emile una niña que creció esperando el amor de Gustav. La eterna espera. Incluso no pudo ver realizada su satisfacción de ser el reflejo de una mujer amada en esa imagen. ¿Existen los amores imposibles? ¿O son un mero ejemplo de ego? ¿Se puede saber ciertamente a quién amas y saber al mismo tiempo que nunca serías feliz con esa persona? Gustav solo amaba a una mujer, a Emile. La amaba tanto que no quería humanizarla. Inevitablemente, cuando el amor se usa, acaba retorciéndose. Y Gustav no quería perder aquel brillo que compartía con Emile. En contadas ocasiones pudo olerla, tocarla...pero quería desearla siempre. La enaltecía. Emile, sin embargo, en su dejada humanidad, entendía el amor de una manera distinta. Emile, quería tranquilidad, quería cotidianidad, quería tener todos los días a Gustav a su lado, aunque un día dejara de desearlo, porque sabía que, después del deseo, lo amaría. Su forma distinta de entender el amor los unía en su universo inventado, pero los distanciaba en el día a día. De esa contradicción nació el cuadro que hoy día desconcierta, embruja a quien lo mira. Cada personaje vive una historia distinta de amor y, sin embargo, la de los dos es la misma. Parecen amarse sin tocarse. A pesar de su entrelazamiento, ella refleja cierta tristeza por no haber alcanzado su deseo; él,  sin embargo, refleja deseo, posesión, ansiedad efímera y pasajera.

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