sábado, 7 de mayo de 2016

NAVAJAS





La venganza se sirve siempre en plato frío. Y nunca mejor dicho. Había comprado las navajas que sabía que tanto le gustaban. Preparó su plato preferido y un postre que reclamaba un catador experto finado en estos deleites. Disfrutaron de la comida juntos, conversando y tomando vino. Elsa quería que él disfrutara. Masajeó su espalda largo tiempo, acarició su rostro con suavidad y ternura, besó su cara y culminó su plan. Durmieron largamente escuchando a Miles Davis y su Ascensor para el cadalso, dejando que la brisa de mayo y la noche les atrapara. Ding Dang. Llamaron a la puerta. Eran las 4 de la tarde. Lo invitó a que se fuera de su casa. Alguien iba a sustituir su presencia. Se despidió de él sabiendo que jamás volvería a verlo, pero sabiendo también que dejaba en él el ansia de una posible felicidad juntos, ansia de saber que ella podía ser una esclava egipcia para él. Había urdido este plan durante semanas, cansada de ser un segundo plato para él. Ahora ella lo miraba satisfecha de ver su desconcierto. Satisfecha de ver cómo los ojos de él denotaban amparo y, sin embargo, ella estaba segura de que ya no lo necesitaría, segura de que las navajas engullidas con tanto placer le habían helado su estómago y su corazón. Y que el ascensor lo descendería al cadalso de la soledad.